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30 de junio de 2011

Torre Eiffel




por Vicente Huidobro
Guitarra del cielo
tu telegraa sin hilos
atrae las palabras
como un rosal las abejas.
Durante la noche
ya no corre el Sena
telescopio o clarín
Torre Eiffel
y es una columna de palabras
o un tintero de miel
En el fondo del alba
una araña de patas de alambre
urdía su tela de nubes
Mi niño
para subir a la torre Eiffel
se trepa por una canción
                   do
                     re
                       mi
                         fa
                           sol
                              la
                                si
                                  do
 ya estamos arriba
Un pájaro canta
en las antenas telegráficas
es el viento de Europa
el viento eléctrico
Allá abajo
los sombreros vuelan
tienen alas, pero no cantan
el Sena duerme
bajo la sombra de sus fuentes
Veo girar la tierra
y toco el clarín
para todos los mares
sobre el camino de tu perfume
todas las abejas y palabras se van
En los cuatro horizontes
quién no oyó este cantar.
YO SOY LA REINA DEL ALBA DE LOS POLOS
YO SOY LA ROSA DE LOS VIENTOS QUE SE MARCHITA CADA OTOÑO
Y TODA LLENA DE NIEVE
MUERO DE LA MUERTE DE ESA ROSA
EN MI CABEZA UN PAJARO CANTA TODO EL AÑO
Así un día me habló la torre
Torre Eiffel
jaula del mundo
canta canta
repique de París
El gigante colgado en medio del vacío
es el cartel de Francia
el día de la victoria
Tú se la contarás a las estrellas.



Vicente Huidobro. (Santiago, 1893 - Cartagena, Chile, 1948) Poeta chileno fundador del Creacionismo, movimiento poético vanguardista. Fue además uno de los impulsores de la poesía de vanguardia en América Latina.  Vicente Huidobro nació en el seno de una familia de la elite oligárquica, vinculada a la gran propiedad agrícola, a la banca y a la política. Cursó la enseñanza primaria con institutrices privadas y la secundaria en el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Aunque fue crítico con la enseñanza jesuítica, tomó de ella una postura elitista ante la vida. Desde su juventud realizó frecuentes viajes por Europa, que le valieron un profundo enriquecimiento cultural y una depuración de sus gustos estéticos. Particularmente intenso desde la experiencia intelectual fue el largo período en que residió en París, ciudad a la que llegó en 1916, en plena guerra mundial; allí conoció a Picasso, Juan Gris, Max Jacob y Joan Miró, entre otras figuras de la cultura del momento. Escribió en revistas literarias junto a poetas como Apollinaire, Réverdy, Tzara, Breton y Aragon; es decir, lo más granado de la poesía francesa del momento. El Creacionismo. Al periodo parisino corresponde la fundación del Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza. Así, para Huidobro el artista no debía limitarse a imitar la Naturaleza (de ahí el título de su el manifiesto creacionista: Non serviam, "no serviré"), sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra. Es la famosa tesis que sintetizó en la fórmula: ¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!? / Hacedla florecer en el poema. Lógicamente, esta concepción llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes -tan coloristas como animadas e sorprendentes- e, incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra. Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). A ellos se añadirían pronto cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial, Tour Eiffel y Hallali). Entre el 16 de mayo y el 2 de junio de 1922, Vicente Huidobro presentó una exposición de trece poemas en forma de caligramas en el Teatro Eduardo VII de París. En el catálogo de la exposición estaba su retrato dibujado por Pablo Picasso y una crítica elogiosa de sus poemas escrita por el español Gerardo Diego. Su aceptación en París fue un éxito personal y de Chile, favorecido por el hecho de que el poeta escribiera indistintamente en francés y en español. Regresó por un largo período a Chile en 1925. Desde su llegada inició una intensa actividad literaria y política, con la fundación de la revista La Reforma y sus numerosas colaboraciones en Andamios, Panorama y Ariel. En el terreno político fundó un diario, Acción, desde el que defendía sus ideas contrarias al militarismo. Candidato a presidente, fracasó estrepitosamente en los comicios de 1925, lo que le causó no poca amargura. Altazor.  Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal. Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta -que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar- identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.  La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca: en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país, el gran poeta había conocido a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos. Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, un poema mayor en siete cantos que narra la caída del hombre y el encuentro con la mujer, con la poesía. Junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), es la obra cumbre del Creacionismo y el mayor legado de Huidobro a la poesía. Después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica sólo ve en Huidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida: "Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar". © Biografías y Vidas.

1 comentario:

Rocio dijo...

Siempre me ha gustado la poesía, y disfruto mucho de leer diversos poemas y estar siempre en contacto con tantos libros. Yo vivo en un alquiler apartamentos
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y disfruto de estar constantemente leyendo a distintos poetas