CONTENIDO DEL BLOG


1 de diciembre de 2012

Cuentito del sábado: La declaración




Dijo que se quedó dormido pensando cómo y cuándo formalizar la denuncia a la compañía se seguros. También declaró que al llegar no encontró a su mujer ni a nadie en la casa. Que el coche habría quedado en el mismísimo sitio del accidente, y que recordaba haber caminado, algo atontado, hasta la casa. Dijo que descontaba haber llegado porque concilió el sueño en su cama, después de abandonar por estériles sus reflexiones sobre el seguro. Y declaró también que se había despertado un par de veces durante la madrugada y que le llamó la atención no ver a su lado a su mujer.

A la mañana siguiente lo despertó el rayo de luz que se colaba por la persiana a medio cerrar. Caminó hasta el baño pensando en su necesidad de bañarse y comprobó, ante el espejo, los ojos hinchados, las ropas rotas y ensangrentadas. Notó la ausencia de la cadenita de oro y del reloj pulsera. Se miró las manos y las vio cubiertas de cortes, aún cuando no sentía ningún  dolor. Pensó en desvestirse, pero asaltado repentinamente por la curiosidad, volvió a la habitación y levantó la persiana para ver la calle. Entonces fue  cuando reconoció su coche incrustado en el muro inferior y el cuerpo de su mujer, exánime, asomando por la puerta delantera del vehículo. Nada de lo que había antes. Es decir, ahora nada más que su casa, el automóvil dañado, el cadáver y la ventana desde la que miraba existían a su alrededor. La tierra, yerma, cubierta de un polvo amarillo y suelto. Sobre el horizonte, teñido de rojo, se levantaban cientos de columnas de humo.

Más confundido que antes, volvió al baño. Se quitó la ropa reflexionando sobre el futuro inmediato. Pensamiento habitual en él, porque para ocupar su lugar en el mundo necesitaba programar, prevenir, planificar. Era su defensa y también su responsabilidad. Pero ahora no le encontraba punta al porvenir. Cuando quedó desnudo, abrió el grifo de la ducha.

El hombre declaró después que no había salido agua de la ducha, sino fuego. Una llama roja amarillenta primero, azulada después, que lo acarició cerrando sus heridas y que finalmente inició una combustión lenta que comenzaba por la carne y continuaba en la intimidad. Un ardor que prometía durar una eternidad.

© Carlos Enrique Cartolano. De Hormiguitas operarias –microficciones-. Serie Tormentos.

Ilustración: Hieronymus Bosch

No hay comentarios.: