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6 de octubre de 2017

oleadas



embarcado hoy antes después

  En la íntima soledad de la observación, cuando el nombre significa antes tiempo y espacio ocupados que antecedentes -razón de la venda y del dolor en la cabeza-, comenzaron a sonar las ametralladoras hace escasos minutos. Se trata de oleadas sucesivas de hombres, y casi no cuentan bandos ni edades, primera o segunda invasión a los franceses, amigos liberadores o enemigos ocupantes. Es una cuestión de letras: D por day y día, pero también por dead, que significa muerte, simplemente D por demonio que es demon y dämon,  y curiosamente doble D cuando alude a los anfibios preparados para un desembarco de espaldas cuidadas. Era de mañana y el guten morgen remedó una posible buena muerte, no supo para quién. Lo consideraron “un tesoro que no podía ponerse en riesgo” y lo dejaron ahí para que testimoniara su observación y después escribiera como solía hacerlo, y quizás fabulara más allá de la realidad con su particular opinión sobre la cacería de hombres, más apasionante por cierto que la de animales. Él es una cuestión de vida y muerte, una primera cabeza de playa, una segunda frontera, cuando fuera de borda comienza a sonar el enfrentamiento.
  Pero es también una cuestión de número porque eso fue lo que definió desembarco y batalla, y porque la cantidad define al espíritu occidental, y también a quienes serán los vencedores. 1: Un metro bastaba para frenar las balas de las cremalleras de Hitler en el agua. 3: En tres veces superaba la fuerza aérea aliada a la alemana; tres metros era la distancia máxima entre las defensa que había ordenado colocar Rommel en las playas del desembarco. 5: Cinco fueron las oleadas sucesivas de las divisiones aliadas; cinco las ametralladoras Mg42, en los bunkers de la defensa; cinco las casamatas de gatilladores, médano o malecón arriba; no fue el mes cinco o mayo, porque no finalizaron los preparativos ni tomaron cuerpo las mentiras radiadas a los alemanes, y no fue el cinco de junio porque el mal tiempo suspendió la operación overlord.  6: Es y fue el seis de junio, porque mejoró el tiempo aunque el mar hoy continúe revuelto, vuelve a pensar el hombre con la cabeza vendada, solo en la barcaza que puede ser su razón de vida o el sitio para recibir la muerte. Digna, jamás.  8. Ocho veces visitó Estados Unidos el gatillador-cronista-envejecido alemán Franz Gockel. 12. Doce fueron los barcos que sirvieron a distancia en la operación, y sólo cuando finalmente se superaron la líneas alemanas comenzaron el cañoneo, allí donde el hombre solo en el mar que no pesca sino que observa y escribe habrá de volver al fin del día. 18. Entre dieciocho y veintidós se estimó la edad promedio de los combatientes esa mañana, un tiempo antes para vivir que para la muerte, por cierto, reflexiona el hombre que no tiene edad. 21. Veintiuna fueron las divisiones del ejército aliado, que esta mañana se desparrama ya por muerte y playas en clave: Utah, Sword, Omaha. Son estadounidenses, británicos y canadienses. 27. Veintisiete tanques doble D terminaron hundidos sin entrar en combate. 29. Sólo veintinueve anfibios se botaron descreyendo de la severidad climática. 33. Eran treinta y tres los tanques DD que se habían transportado a la escena del combate. 66. Seis de junio o sesenta y seis, número diabólico piensa otra vez el observador, y apunta. 100. El cien por ciento de los proyectiles aéreos aliados fallaron y cayeron tras las líneas de ametralladoras, bastante antes del desembarco; por eso la resistencia amenaza cruel fatalidad a esta hora de la mañana. 300. Trescientos paracaidistas perecieron ahogados debido a inundaciones, resultado de las tormentas de días anteriores, o por decisión estratégica de la defensa alemana. 2.000. Dos mil fue el número oficial de víctimas aliadas del día D, pero esa es una cifra urdida por la propaganda de los vencedores.  2004. Dos mil cuatro el año en que Franz Gockel levantará una cruz de madera en el exacto lugar que ocupa su casamata de gatillador. 2005. Dos mil cinco el año de la muerte del cronista arrepentido mencionado en el número anterior. 4.000. En cuatro mil se estimaron finalmente las bajas aliadas del desembarco en Normandía. 12.000. Doce mil son los defensores de la ocupación alemana en Francia. 13.000. Trece mil fueron los paracaidistas aliados que ahora flotan mañana arriba. 19.890. Diecinueve mil ochocientos noventa fueron los civiles franceses muertos por los bombardeos ese día, a los que se suman ahora quince mil exterminados y diecinueve mil heridos, en ambos casos por las acciones aéreas previas. 20.000. Veinte mil había sido el límite de bajas militares previstas por la operación aliada overlord. 34.000. A treinta y cuatro mil hombres se alistó para el día D. 1.100.000. Un millón cien mil hombres movilizó Estados Unidos de Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial, que un futuro no muy lejano juzgará como conquista de Europa, o Guerra Santa, o primera cruzada económica del siglo veinte.
  Es también una cuestión de nombres mezclados con números, claro, porque este día será explicado con nombres, según pasen los años. Por cierto:
  Bernard Law Montgomery, el caudillo británico, está perdido en la miseria de su egolatría, piensa en su imagen más por la apariencia que por las acciones, y cree que todo lo que hizo y hace es necesario para gloriarse mañana.
  Dwigh David Eisenhower, el general estadounidense que deberá a este mismo día sus dos períodos presidenciales, al frente ya no de una tropa, sino de un país devenido potencia mundial y propietario de una de ambas mitades del orbe.
  Ernest Hemingway, el cazador en su safari, diez años después Nobel de Literatura, observador solitario, de cabeza vendada, herido en un accidente automovilístico previo, que cree saber cómo escribir lo que ve, pero también fabula lo que no ve, reflexiona en el después y vuelve a pensar en Mary Welsh.
  Erwin Rommel, uno de los más famosos estrategas de la historia humana, persuadido de que la defensa es suficiente en Normandía, y confiando en que las condiciones climáticas hacen imposible un ataque aliado, esta mañana está ausente porque ha vuelto a su casa para reunirse con su familia.
  Franklin Delano Roosevelt, que viene prometiendo un destino de supremacía a sus connacionales, y casi ha logrado ya convertir un pueblo de agricultores religiosos, en una diabólica entente de guerreros, conquistadores y financistas, enemigos del fascismo.
  Franz Gockel, que ahora tiene diecinueve años, pero que pasará los ochenta, mientras continúe recordando el dia D, su dedo crispado en el gatillo de la ametralladora que los aliados llamaron “cremallera” de Hitler, borracho de pólvora, continúa siendo el cubículo blindado de defensor, su única forma de continuar viviendo, y que se compadecerá de sus víctimas en lo sucesivo, cuando las considere “humanas”.
  George Patton, el militar estadounidense más respetado por el enemigo, es un émulo de D´artagnan, crítico tenaz que viene pensándose único protagonista de los acontecimientos. Le ha tocado un papel de simulador, y eso lo tiene incómodo y exacerba su actuación.
  Norman Cota, un militar que parece humilde, es quien saca finalmente las castañas del fuego, es decir arranca de la muerte a sus ingenuos soldaditos, pero lejos de la vista de cronistas, sin cámaras que lo filmen, apoyado sólo en su capacidad de liderazgo y en la experiencia de sus cincuenta y uno vividos.
  Winston Churchill, que siempre apostó a su tarea y está pendiente de los resultados esta mañana. Es un autosuficiente individuo, que previno después los destinos de posguerra en cada país vencido o vencedor, y también por consecuencia, los de emergentes asiáticos y latinoamericanos.
  Y las imágenes finalmente, porque se trata del observador, hay distancia, aunque casi tacto en la ficción. Enfrentamiento de realidad y reflejo literario, cuando vida y muerte tienen en ambos idéntico rango. Era “la puerta del infierno”, tituló Franz Gockel años después, aunque depende siempre de a qué llamen infierno cada lector y cada observador, y cada memorioso protagonista del día D. Y también depende de qué consideren liberación, y a qué refieran con lo opuesto al infierno: el edén. En tanto, Hemingway, con la cabeza vendada, vuelve a sentir la ola calofrío de “Nunca nadie muere nada”, escrito años antes, porque toda escritura es autobiográfica, hasta aquella aún no escrita y a la que llamamos realidad en contacto, o particular visión de cuanto sucede. Después llamó “ataúdes” a las barcazas de desembarco y recordó que el mar era verde, pese a reflejar un cielo gris y tormentoso.
  ¿Acaso fue esta la cosa más grande? Quizás fue cosa menor, o vana sombra de la obra humana, o simplemente uno de los mayores crímenes de la historia si es que se puede llamar “cosa” a la muerte. O quizás fue un acto fallido de sus autores intelectuales, o el simple fracaso del intento solidario, libertador o de protección. Hubo ejércitos ilusorios enfrentados al enigma, y puñados de hombres muy reales y por eso frágiles, defendiéndose aun cuando atacaron.
  El día D es hasta aquí una irrupción de muchachitos que no conocen demasiado a sus jefes, es una mala película, demasiado fácil, verdaderamente lineal quiero decir, remedo de las tantas que se fabularán años después.  Un juego para algunos, una condena prevista por otros. Cosa de profesionales para muchos de los defensores alemanes. Pero hay nubes rojas en torno a los heridos que no alcanzan a salir del agua, fatídicos broches de los paracaídas estadounidenses que no abren a tiempo y comparten la fatalidad, hay guerra de agotamiento y tozudez en la mayor parte de los jefes (una forma más que adopta el crimen). Porque se volverá diferente si no muerto, o al menos muy herido. Esto lo sabe perfectamente el observador de la cabeza vendada, y también sabe desde ahora que estas alternativas serán siempre preferibles a morir en un fracaso.  Y finalmente, en la operación overlord habrá más muertos civiles franceses, que cuanto sumen las víctimas militares estadounidenses y británicas. El antes y el después, con la mirada de un embarcado puesta en el hoy de su safari. Y tal vez viendo ya, que otro mandatario de su país, setenta y tres años después, proclame necesario volver al poderío que otorgan el número, el fuego y la muerte, por el mismo idéntico camino.



«Tenemos que enfrentarnos a la terrible paradoja de que una democracia en una guerra puede llegar a matar a muchos civiles, porque la presión de la prensa y el Parlamento en casa para reducir las bajas puede forzar a los comandantes a utilizar mayor potencia en los bombardeos. Y eso es lo que sucedió en Francia. Churchill estaba muy preocupado por este tema porque decía que los franceses les iban a odiar y trataba de convencer a los responsables de los ataques aéreos para que intentasen mantener bajo el número de víctimas, que llegaron a ser 15.000 antes de la invasión. Y durante la batalla subieron más todavía. No sé cómo van a reaccionar los lectores estadounidenses ante el dato de que en el Día D murieron muchos más civiles franceses que soldados británicos y estadounidenses. Debo decir que a mí me chocó porque todos tenemos mitificado el Día D, pero cuando uno descubre las víctimas de la batalla de Normandía es terrible. Eso no minusvalora la valentía de los soldados o la importancia de la batalla. Se montó un escándalo porque utilicé la palabra crimen de guerra para describir el bombardeo de Caen y hay que ser muy cuidadoso con esta expresión, lo que dije es que estaba cerca del crimen de guerra. Pero lo que es cierto es que el bombardeo no consiguió nada y fue estúpido desde el punto de vista militar porque si quieres capturar una ciudad rápidamente no deberías destrozarla. Y sólo hubo bajas entre los civiles (…) Pasó por delante de nuestra posición una familia que llevaba el cuerpo de un niño tendido encima de una puerta. No sabíamos cómo había muerto. El dolor pintado en los rostros de aquella familia inocente nos afectó a todos e hizo que nos emocionáramos por los habitantes de la comarca y lo que debían de estar pasando» (p. 369): Sin embargo, esta emoción no impidió que a lo largo de los meses de junio, julio y agosto las directrices de Eisenhower, Bradley, Montgomery y Tedder fueran las de avanzar a pesar y en contra de todo. Aunque, desde el avance de una columna de la 3ª División Acorazada llegando a Avranches (la puerta de Bretaña), Ernest Hemingway escribiera a su futura esposa Mary Welsh, hablándole de la ´vida muy alegre y divertida [que llevaba], llena de muertos, botines de alemanes, un sinfín de tiros, un sinfín de peleas, setos, pequeñas colinas, caminos polvorientos, paisajes verdes, campos de trigo, vacas muertas, caballos muertos, tanques, cañones de 88 mm, Kraftwagen, y chicos americanos muertos`»
Antony Beevor, El día D. La batalla de Normandía, 2009
Refiriéndose a Normandía, 6 de junio de 1944

© Carlos Enrique Cartolano. Recuerdos del olvido, 2017

Ilustración:  Ernest Hemingway




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